jueves, 10 de marzo de 2011

Lo que yo sentí ...


11 de enero del año 2003, Noche alba y despedida de Marcelo Barticciotto. Aquella, fue mi primera vez pisando un estadio de fútbol. Con 12 años de vida, ustedes comprenderán que entendía poco y nada de lo que estaba pasando. 11 jugadores por lado corrían detrás un balón, y un tipo enteramente de negro intentaba poner orden, con un pito en la boca. Pero, a pesar de mi inexperiencia en el tema, no me aburrí ni un minuto. Sí, 90 minutos me quedé quieta e hipnotizada con aquel espectáculo. Claro que jamás pensé que aquel momento, cambiaría mi vida para siempre.


Según yo, no tiene nada de atractivo que un hombre te cuente sobre sus "aventuras" en un estadio de fútbol. Es "normal" que todos hayan ido al menos alguna vez en su vida, o bien, obligados por un papá fanatincha. Por lo mismo, se me hace interesante intentar contar algunas de mis varias anécdotas que he vivido, allí en donde no existen límites para soñar, donde todo es posible y donde todos los "locos" por el fútbol, viven su locura y pasión desenfrenada sin barrera alguna. Y bueno, no estaré sola en esto, pues me ayudo de mi billetera que cobija con recelo cada una de las entradas que más que papel, guardan sentimientos y emociones.


Final del Torneo de Clausura del año 2006. Colo Colo se enfreantaba a Audax Italiano. Fue mi primera vez en el Estadio Nacional. Me parecía tan grande e imponente. Claro que lo más extraño lo viví en la entrada. Junto a mi viejo y mi hermano fuimos a Andes. Mi padre siempre detrás, como intentado protegerme de lo que fuera, y mi hermano nervioso, como en cada partido. Allí estabamos, en la entrada del estadio. Cientos de hinchas albos se agolpaban y empujaban una y otra vez. Hasta que de un minuto a otro, un gordo con la insignia alba tatuada en el pecho, grita a viva voz:

- ¡Avalancha, cabros, avalancha!.

Yo, desconcertada y no entendiendo qué significaba el término "avalancha", miré hacia todos lados. Al parecer, se notó mi nerviosismo, pues mi padre me tomó el hombro y me dijo:

- Eso lo hacen para poder entrar gratis, sin pagar su entrada. Todos se empiezan a empujar, así la entrada quedará saturada y no se podrá verificar quién entra y quién no.

Rogué a Dios porque eso no pasara. Y al parecer, me escuchó. Y si bien, no hubo avalancha, si hubo un campeón. Colo Colo bajó la estrella número 25 y a esas alturas, ya ni me acordaba del nervio previo en la entrada.


Corría el año 2008. El día sábado 6 de diciembre y por la mañana, llegó mi hermano y la tan esperada invitación:

- Chica, vamos a ir al estadio.

Esa sola propuesta, parecía la invitación al mejor de los paraísos. Bueno, se jugaban los play off que a su vez, eran la semifinal entre Colo Colo y Cobreloa. Llegamos al estadio Monumental, y como es de esperarse, todo lleno. Entramos sin mayores problemas, como siempre, y caminamos hacia nuestro lugar de siempre. Para mala suerte de nosotros (ibamos yo, mi hermano y su amigo Eduardo), no quedaba espacio para nadie. En resumen, nos quedamos parados 90 minutos. Apretados y sin poder ver mucho. ¿Sirvió de algo?, claro que sí. Me di cuenta que mi pasión no tenía límites. ¡Qué importaba quedar parado, si lo único que quería era ver a esa camiseta blanca ganar! Y así fue. Campeones del Torneo de Clausura del año 2008.


Era una fría tarde de septiembre del año 2010 (año ingrato y despiadado). En cualquier momento comenzaba la lluvia. Y mientras algunos se acostaban o tomaban un café en su casa, yo y mi hermano buscábamos calor en el estadio. Sí, en el mismísimo estadio. Llegamos allá y la lluvia comenzó. Recién íbamos en los 40 minutos del primer tiempo. Claro, había espacio bajo el techo (estábamos en Océano), pero ni uno se movió. Fue ese extraño impulso de sentir y pensar en tu interior: "Hay que apoyar sea como sea. Bajo el calor más sofocante y bajo la lluvia y el frío más desesperante". Y así fue como nos quedamos bajo la lluvia, y aunque nuestro equipo perdió aquella vez, la sola sensación de haber estado allí, lo paga todo.


Finalmente, todas estas experiencias, y algunas otras que están guardadas en el baúl de los recuerdos, las he vivido yo. Y con bastante gusto. Me pregunto cuántas mujeres pueden sentarse a contar algo así. Esto que me llena, que me hace saber que esta pasión, la llevo en el corazón. Orgullo de llevar esta maleta de lindos recuerdos. Ese nervio al momento de empezar un partido y querer ganarlo todo. Ese llanto extraño que sale del alma cuando pierdes un campeonato o un partido importante. O ese orgullo de sentirte parte del deporte más lindo del mundo y tener la capacidad de entender eso de "pasión de multitudes". Bueno, claro está que me queda toda una vida para seguir disfrutando, porque, ¡dime tú si hay algo más lindo que ver a tu equipo campeonar!, lo dudo. Por algo el fútbol es la única religión que no tiene ateos.


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