
Y allí estaba yo, como cada tarde, mirando por la ventana. Esperando, con la paciencia que no tengo la dicha de poseer, verte aunque fuera por un minuto. Oculta, para que no me vieras. Y pasabas, aunque el frío fuera dominante o a pesar de que el calor no dejará ni pensar, caminabas siempre con tu bolso al hombro. Pacífico, con esa seriedad que te caracteriza. Cada paso que dabas, era observado por mí. Cada centímetro que pisabas, era contemplado por esta loca que escribe.
Sí, me encantaba mirarte. Ver tus ojos perdidos, ver tu espíritu soñador. Tu temple, ese que sólo algunos tienen el valor de tener. Me asombraba - y aún - tu fuerza interior, admiraba - y aún - tu perseverancia.
Si hay alguien en este mundo que merece ser feliz, ese eres tú. Sigue, queda menos, cada vez menos. El cuerpo se aburre, se cansa, más tú sigues adelante. No pierdes el horizonte, sigues tu rumbo sin perder la esperanza, creo que eso lo aprendí de tí. Tu bien sabes que hay una fuerza superior, aquella que es más grande que cualquier cosa. Aquella, te acompaña día y noche. Aquella, renueva tus fuerzas.
Si alguna vez, cumplo mi sueño de escribir un libro, tu historia será la mía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡Comenta aquí con respeto! Gracias. ah! No me gustan los anónimos y ¿a tí?... es mi blog, así que deje su nombre.